La visión era muy clara:
que en todas las casas, al igual que tenemos un comedor, una cocina, un salón, un baño y dormitorios, haya una habitación de meditación.
Y que dentro de esa habitación tengamos nuestra esterilla, nuestro safú, que haya también un gong y que cuando lleguemos del trabajo o con un conflicto, un disgusto, al igual que tenemos el hábito de ducharnos, entremos en esta sala.
Un espacio para estar con nosotros, un espacio para conectar con la paz interior, con la intención de revitalizarnos para luego ya entrar en la relación con la familia.
No sé si te ha pasado de tener un problema de tráfico, un disgusto, una discusión en el trabajo o con un amigo y llegar a casa un poco «torcido»… Está tu pareja, tus hijos o tu familia esperando a que llegues porque quieren contarte algo y tú no estás para nada.
Y entonces… BOM! Se lía.
Imagínate si cogiésemos la rutina de llegar a casa, dejar las cosas en la entrada e ir directo a la habitación de meditación y ahí regenerarnos…
O también por la mañana, antes de salir a trabajar. Incluso también antes de ir a dormir.
MEDITAR. Tan sólo MEDITAR.
Y no hace falta meditar mucho tiempo, a veces con tan sólo 5 u 11 minutos es más que suficiente.